Tras el apogeo de Chavín, hacia el año 300 a.C. se inicia una etapa conocida también como de Desarrollos Regionales. Aparecen ahora nuevas formas culturales en la región. Igual que sucede en el Clásico mesoamericano, en esta etapa podemos contemplar una serie de rasgos que se repiten en los diferentes pueblos que habitan el entorno andino. Por una parte, en ese esfuerzo del hombre por obtener máximo rendimiento de la tierra, se desarrollan sistemas de riego y se emplea con éxito el guano como abono. Los asentamientos se van haciendo más complejos, base de futuras ciudades, y se desarrollan contactos interzonales permanentes basados en un comercio de bienes de lujo y materias primas. Las sociedades se hacen complejas -aunque esto se apuntaba ya en Chavín- y fuertemente estratificadas, con importancia del factor religioso como legitimador de poder. Estas comunidades desarrollan una interesante actividad artesanal, en campos diversos como la lapidaria, metalurgia, cerámica, textiles... realizadas por auténticos especialistas que comienzan a producir de manera masiva.
Vasija en forma de llama. Cultura Nazca (Perú)
La evolución religiosa se percibe de manera más interesante en el desarrollo de las prácticas funerarias, acompañadas de complejos rituales. Una expresión de esa complejidad viene a ser la suntuosidad de los enterramientos, que también marcan la jerarquización social.
Entre las culturas que se desarrollan en esta etapa, las más llamativas son dos desarrolladas en la costa, la Moche (norte) y Nazca-Paracas (sur), y otra en el altiplano boliviano, cuyo centro fue el recinto sacro de Tiahuanaco. Y es precisamente en la primera donde se ha podido estudiar sobre datos arqueológicos la importancia de la mujer en la realidad político-religiosa de esta cultura.
Continuadora en parte del desarrollo cultural y material logrado en Paracas en el periodo Formativo, donde la artesanía textil alcanzó logros que aún nos sorprenden, en los desiertos de la costa sur se desarrolló la civilización Nazca, cuya construcción material más conocida son las llamadas "pistas de Nazca".
Perceptibles sólo desde cierta altura, una serie de geoglifos se extienden sobre un territorio de cerca de 500 km2. Grandes diseños con motivos zoomorfos y geométricos se dibujan en el suelo desértico, y constituyen todavía una incógnita para los investigadores. Según los resultados de los estudios elaborados por María Reiche, parece un gran complejo astronómico o estudio calendárico, y quizá constituyera parte de un ritual religioso elaborado hace cerca de mil años.
Pero no son los geoglifos la única realización material de los Nazca. Continuando con la tradición regional, además de las realizaciones textiles, los hombres de esta cultura alcanzaron unos logros en artesanía cerámica que no fueron superados. Y es precisamente la cerámica una importante fuente de información para conocer esta cultura, puesto que no contamos con grandes centros ceremoniales como sucedía en Mesoamérica. En la decoración de los diferentes objetos encontramos escenas de la vida cotidiana, frutos empleados en alimentación, actividades de cazadores, agricultores o músicos... Y junto a ellos, un elemento decorativo que nos habla de la actividad bélica de este pueblo: las "cabezas-trofeo". Se representan en los objetos cerámicos cabezas recién cortadas, algunas de ellas sangrantes, con un extremado realismo. Todavía se cuestiona si este comportamiento obedecía a fines únicamente militares o respondía más bien a algún tipo de ritual religioso.
A diferencia de lo que sucede con la cultura Moche, tenemos pocos datos acerca del papel de la mujer en la región de los valles costeños del sur del Perú. Los trabajos arqueológicos realizados en Cahuachi, el centro más importante de esta cultura, permiten a los investigadores elaborar algunas teorías acerca del rol femenino en aquella civilización.
Se han encontrado unos fardos que envuelven paquetes de ropa femenina usada, enterrados probablemente con fines rituales. La ropa fue doblada cuidadosamente, y entre las diferentes piezas -todas ellas femeninas- se encontraron restos de habas y de un líquido posiblemente de libación. De ahí la afirmación del sentido ritual de este descubrimiento. Se ha establecido relación entre la presencia de esas habas con conceptos de fertilidad y crecimiento. Aunque de momento no se han fijado más que hipótesis de trabajo, estos restos de ropa enterrados con carácter ritual implican una especial vinculación de lo femenino con las fuerzas naturales de la fecundidad. Estaríamos ante una ofrenda a la tierra para impetrar su fertilidad. Hay quien apunta incluso a la posibilidad de la existencia de un matriarcado en los orígenes de la cultura nazca, que sería sustituido con el tiempo por formas masculinas de ejercicio del poder.
No olvidemos que también la mujer está presente en las leyendas nazcas que hacen referencia a las fuerzas de la naturaleza. Viejas leyendas cuentan que El Cerro Blanco, una de las montañas sagradas de la región, era una mujer que se transformó en duna o en montaña. Las tradiciones narran cómo los campesinos de la región llevaban al Cerro Blanco ofrendas para solicitar a la diosa de los cerros el agua necesaria para sus cosechas.
Otra realización fundamental de la cultura nazca, y en esto se trata de una continuación de los logros de Paracas, es la artesanía textil. Son famosos los mantos tejidos y decorados con motivos que repiten algunas de las representaciones geométricas que encontramos en la cerámica. Hasta tal punto tuvo importancia el desarrollo de los textiles que en ajuares funerarios es frecuente encontrar junto a los restos del difunto útiles de costura, a veces incluso dentro de recipientes cerámicos o de cestería que podemos considerar costureros. En su interior se han conservado hilos, agujas y diversos útiles relacionados con el tejido.
En la región del altiplano destaca una cultura milenaria, la de Tiahuanaco, nombre también de un centro religioso que aún evoca fuertes connotaciones del pasado prehispánico. En un enclave único, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, inmerso en la cordillera de los Andes, cerca del lago Titicaca, se encuentra el asentamiento que supo mantenerse como referencia religiosa para el mundo andino, sobreviviendo a cambios políticos y culturales.
El mayor desarrollo de Tiahuanaco tuvo lugar entre los siglo IV y IX d.C. El centro ceremonial se componía de seis edificaciones de carácter religioso construidas en piedra, sin emplear ningún tipo de argamasa, técnica constructiva que sería imitada siglos después por los Incas. Y desde este espacio se controlaba una región poblada por cerca de 20.000 personas dedicadas fundamentalmente a la agricultura, pesca y ganadería de auquénidos. Además, establecieron relaciones comerciales que facilitaban el acceso a economías complementarias.
Pero si bien de las culturas nazca, Tiahuanaco y otras desarrolladas en los Andes tenemos pocos datos para conocer a fondo el rol de las mujeres, no sucede lo mismo con la cultura mochica. Esta civilización se desarrolló desde comienzos de nuestra era hasta aproximadamente el año 700. Su centro se situaba en los valles de Chicama y Moche, en la costa norte del Perú, desde donde se extendió por medio de conquistas militares. Los trabajos arqueológicos desarrollados en San José de Moro y en el Complejo Arqueológico de El Brujo, unidos al descubrimiento hace unas décadas de la tumba del señor de Sipán, nos permiten acercarnos cada vez de manera más precisa, a la sofisticación de una cultura potentemente estratificada.
Esa estratificación es puesta de manifiesto en la complejidad de los enterramientos, máxima manifestación de diferenciación social. Los restos necrológicos nos hablan de una elite teocrática que dominaba todos los resortes del poder, y que residía en los principales centros ceremoniales, como San José de Moro y Sipán.